Al invadir sus recuerdos, lamenta su tiempo. Crece dentro de su piel, el temible gris que carcome sus tiempo, su autodestructivo pensamiento se confunde con las pequeñas ganas de vivir con sus pecados y caminos olvidados. Sentir en el tiempo o borrar su recuerdo, ese de Clementina cuando cerraba sus ojos cicatrizados de dolores y placeres. Daniel, entre sus muchas pesadillas y ropa sucia de mujeres mercantes en el piso de su ceñido pensamiento donde el morbo del dolor alimenta su sueño de alguna vez vivir. Busca entre su armario de metal gris y blanco, oxidado de tantos olvidos que ha tenido en su cama disfruta del olor a maní, que le dejó Miriam, la única mujer que un día lo amó, con todo su delirio de destruir la vida que; a su cara llegaba. Esa noche poco estrellada y con olor a melancolía penetrante toma el teléfono naranja , hallado en el piso del baño e intenta recordar los siete dígitos que la acercan a ella; cuando escucha su voz , se siente idolatrado porque ella enseguida le demuestra su amor , en sus pronunciados sentimientos. El piensa que su destructivos actos pueden mejorar un día; sólo necesita un poco de ayuda para venerar su lastimada vida y encontrar una razón de sentir, que la siente en Miriam, una mujer solitaria, enamorada y noble, que desea brindarle su afecto a un borracho sin ganas de vivir, plantado en la esquina de un bar podrido de vómitos y pesadillas de todos los que entran a dejar su agonía de sentirse cada vez mas zombis en su patético día.
Miriam, una mujer alta, robusta, con sus ojos muy azules, lleva una tranquilidad en su caminar, que la desplaza a todos los que, en su mundo la rodean. Hace tiempo piensa en Daniel, desde el día en que él le invito aquel café con un cigarro que no pudo encender por la lluvia y el le cautivo con su palabra certera ante los errores de vivir cobardemente. Ella disfraza su mundo para verlo a la mañana siguiente. Se pinta su pelo de un rubio muy brillante. Dibuja sonrisas que ella no se cree; intentando sentirse sexy, ocultando los “gorditos” que alimentan su estomago, pálido como su sueño de la mañana.
Llegada la cita pactada, él, con su mejor pinta sacada de la pieza del dueño del hotel, “un robo necesario “-piensa – para poder mentir muy bien y que Miriam siga intentando amar-lo entre sus pesadillas y poca autoestima. Después de haberse olvidado de una madre enferma de tantos alucinógenos, depresores y cuerpos que cubren de dinero su vida. Intenta tener la oportunidad de buscar en Miriam los cuidados de mamá, que; tan celosamente guardados están, exploraba mundos sin compas en su tiempo de estar. Prende un cigarro y mira su boca, que tan cautelosa esta para hablar en esta tarde de inmenso verano y sofocante viento. Ella precede en la distancia, su cercanía, sus inmensas emociones de protección y afecto… confunde sus propias tentaciones interpretando sus necesidades como salvación a su soledad.
Miriam ha besado muchas veces a la muerte efectuando su palabra a la suplica de piedad, sus olvidos en una infancia de pocos sentidos y si; muchos momentos de abandonos y su mente ligada a las suplicas de atención, olvidándose de ella misma, quedándose plasmada frente al televisor. Quedándose con visitas periódicas donde su psiquiatra –amante, quien una vez al mes, le brinda sus pastillas de fluosetina y cariño, olvidando su proceso y las ganas de ella de amar. Años atrás ella olvido a su hijo en la última calle de Argelia, donde entre plantas y arena se consumió su dolor y pocas ganas de cuidar a Simón, su pequeño hijo de 3 años quién un poco de aires y amor le pedía y ella centrada en su egoísmo le dejó entre las calles con otras familias que le cuidaran entre su extrema pobreza y pocas ganas de crecer. Pasadas las horas y su cuerpo pidiendo tiempo, suplicante de amor. Daniel, con su mejor mascara le dice su tiempo, le dice su credo, le dice su amor.
Después de tantos momentos, de frases y besos, Daniel y Miriam viven en el sótano de una calurosa casa, cerca de Sevilla, donde las salidas de él cada vez son mayores, los sabores a guaro en sus besos se intensifican cada vez más. Ha empezado en junio a buscar mujeres los martes en el centro del campo, llevándolas a Sevilla y Argelia intensificando su plata pasando mercados. Cada vez su sabor era más amargo y las pesadillas, que; un día tuvo Miriam han tenido vida en las huellas de Daniel.
Perdiendo los pasillos recorridos por sus pies, lamenta todo lo abandonado en su primera vez. Entre los cascabeles se encuentra el veneno, que la alimenta cada noche y hace vivir su fracasado cuerpo.
Los besos amargos de tres vidas frecuentes, convergentes en el tiempo, creciendo en la orilla de junglas de ciudad. Aunque Clementina ya no acompaña los pasos de Daniel, él acompaña los pasos de Miriam, mientras ella confunde su amor con cobardía para “ser” y dejar tanto dolor, que él le causa. Pero una mañana cuando no se percato de su presencia en el baño él, la tomó con rabia entre sus manos, el cuello frágil de ella, intentando no permitirle vivir, en su defensa con poco aire. Ella le araña el cuello, enterrándole sus largas y fuertes uñas. El la suelta molesto, ella; cae al suelo con poca fuerza, con sus sentidos extraviados y olvidándose de recordar lo que alguna vez ella intentó amar.
Al encontrarse sóla de nuevo en el salón, intenta vivir, de en el lugar dónde todo empezó y las historias vividas se tejían en un momento nada más, camina descalza durante muchas lunas, creyendo volar y volver a contar una historia repetida una vela olvidada, en su tiempo quedado. ¿Cuántos Años olvidando a su hijo perdido y recordado entre sus pesadillas a Daniel? ¿En qué momento perdió su vida?
Pierde su sentido y cae entre el suelo rodeando su tiempo y olvidando su estado. Clementina, se ha hundido en su olvido y Daniel ha buscado su destrucción. Mientras Miriam, recuerda en su soledad, en su frio suelo besa su esperado matiz de muerte.
