martes, 6 de junio de 2017

Persefone

Desentendiendo el camino, el lado de la gesta está iniciando. Cada programación del alba es un grito de sus pechos firmes y llenos de leche que están a punto de estallar, mientras Camila se niega a morder los pezones de su madre y llora cada vez que ella intenta alimentarla. 
Las Diosas deben estar locas, susurra mientras ve sus miedos materializarse cuando su hija la rechaza, rechaza su calor y vientre tibio. Su leche que cada vez se enquista más en sus pechos y el dolor se incrementa por no poder nutrir a su hija. Las voces de sus Ancestros se vuelcan en su cabeza. –No es como ellos- Pero, tiene todo como ellos. 
El dolor de la ausencia, la fuerza de la muerte y la traición de su padre. Camila, llora. Llora a cantaros mientras el ronquido entre su suspiro se atraganta y su mirada divaga buscando a mamá. Pero, cuando ella se acerca rechaza sus senos, su alimento. Susurra canciones de cuna, mientras se olvida de sí misma. Se levanta y ve el tiempo pasar, mientras su vida sucumbir ante los deseos de su propia madre,.Ser la “Buena esposa-madre” sin decir sus perversiones, sin clamar sus deseos. Solo meciéndose allí mismo, con Camila en sus brazos. 
Teniendo lista la cena y la cama bien tendida. Esperando a su marido y asumiendo con su cabeza a los pedidos de él. Enojada en silencio, llorando en secreto. Caminando descalza, buscando a sus Diosas, cerrando los ojos mirando frente a ella a Perséfone : "Si la mismísima Muerte me reclama amante vida me acojo a sus engaños, si la misma vida me abandona y clamo por errores mi extrema delgadez helada, entre los huesos, latidos de mi corazón cada vez más débiles.
 Mi útero cada vez mas frío. Novia y cadáver, ¡soy yo!” Novia perversa ante sus propios ojos.
 La luna refleja su propia senda y el camino que pudo transitar. Mientras Camila desdibuja a su padre olvidado entre las espinas que inundan los recuerdos de él. – ¿Padre? No recuerdo su voz, ni su presencia cobijándose en las noches y la fiebre. -¡La Fiebre!- que tuve cuando tenía siete, siete años de olvido, siete veces lamentando su ausencia. Y mi madre llorando por no poderme cuidar en las noches porque debía cuidar a su marido, celoso de mí.
 De mi miedo, de mi fiebre y de mi falta de madurez. Siendo una niña esperaba que me comportara como una mujer. - “Solitarios los pesares que albergan la cama” Mientras sonríe, ella voltea a verle y dice: -calla, calla, el diablo está a punto de llegar-, Cuando se refiere a su marido. Sin imaginarse que ella ha dibujado su propio infierno. Huyendo de su voz, olvidando su corazón. 

El “diablo” se sienta en la sala con una cerveza en la mano, fría como el hielo y sus ojos al mirarme. Los cantaros se rebosan de fuego en los pechos de su madre, dibujan credenciales de dolor y con pago en cuotas y con altos intereses. 
Ella se ha perdido en su propia infelicidad, su propio derrotero que marcó en su destino.


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