Y a veces me lamente por no haber
tenido las aventuras anheladas, siempre imaginando viajes, cocteles y caminos
iluminados entre mis delirios de angustias de almohada. Y a veces perdí la fe
entre tanto borracho que saciaba su vicio ante la sonrisa frágil de su esposa
sedienta de amor. Siempre imagine canciones de cuna y poca resolución a olvidos
pequeños en el té.
Calmaba las ganas de cortarse las
venas con el vidrio de la botella de tequila con un poco de verdes lamentos
y buscando frías botas que alimentaran
sus entrañas. De vez en cuando lamentaba sus canas y las teñía con colores carmín para volar el efecto de la
noche y sus ojeras se calmaban con mascarillas de té verde y un poco de maíz que
hacían olvidar que la noche empezaría y su canción terminaría otra vez.
Siempre miró su espejo tratando de encontrar un pedazo de
piel lisa, sin cicatriz. Buscaba entre sus pantys rotos la respuesta a sus miedos, mientras dibujaba
sonrisas frente al balcón mirando pasar a
los niños que jugaban buscando en las
esquinas a los amigos que que imaginaban detrás de los árboles y caminaban sin pesar
de las lágrimas de la anciana que mira en el balcón de madera.
Las tetas de Mireya al mirarse
frente al espejo las veía caídas y llenas de arrugas, mientras su mirada sudaba
las noches que había buscado a Noé .Si,
a Noé después de tanto tiempo esperando por él, una vez, hace años lo viò .Bajándose del metro caminando hacia la cebra, diluyendo sus raíces en los tambores que se
escuchaban al final de la calle, donde
dos mujeres los tocaban, mientras otras dos bailaban en la acera. Esa tarde, ella recordó que su cuerpo una vez bailò ante la noche y que a pesar de los trucos de su mente cuando jugaban con ella, la víspera de comprar su corazón era la esperanza que tenía y a su vez temía.
Pasar desapercibida la vida fue
lo que deseo desde los 16, lamentándose entre las campiñas frente a las torres
que daban las 10:00 am y corría para no
perderse la bendición del sacerdote de
su pueblo, arrodillada pedía perdón por sus fantasías perversas (eso le decía su
madre) cada vez que intentaba mirar a
Miguel por la ventana. Y a veces la perversión
la acompañaba y besaba en su mente los recuerdos perdidos , mientras dibujaba corazones en sus
piernas y así poco a poco cerraba sus ojos marrones ante la tristeza que le daba haberse quedado plantada en la carretera mirando la vía al tren. -Siempre pensé que quedaria el rastrojo verde en la cama de atrás-