viernes, 15 de mayo de 2015

MIREYA

Y a veces me lamente por no haber tenido las aventuras anheladas, siempre imaginando viajes, cocteles y caminos iluminados entre mis delirios de angustias de almohada. Y a veces perdí la fe entre tanto borracho que saciaba su vicio ante la sonrisa frágil de su esposa sedienta de amor. Siempre imagine canciones de cuna y poca resolución a olvidos pequeños en el té.

Calmaba las ganas de cortarse las venas con el vidrio de la botella de tequila con un poco de verdes lamentos y  buscando frías botas que alimentaran sus entrañas. De vez en cuando lamentaba sus canas y las teñía  con colores carmín para volar el efecto de la noche y sus ojeras se calmaban con mascarillas de té verde y un poco de maíz que hacían olvidar que la noche empezaría y su canción  terminaría otra vez.

Siempre miró  su espejo tratando de encontrar un pedazo de piel lisa, sin cicatriz. Buscaba entre sus pantys rotos  la respuesta a sus miedos, mientras dibujaba sonrisas frente al  balcón mirando pasar a los niños que jugaban  buscando en las esquinas a los amigos que que imaginaban detrás de los árboles y caminaban sin pesar de las lágrimas de la anciana que mira en el balcón de madera.



Las tetas de Mireya al mirarse frente al espejo las veía caídas y llenas de arrugas, mientras su mirada sudaba las noches que había buscado a  Noé .Si, a Noé después de tanto tiempo esperando por él, una vez, hace años lo viò .Bajándose del metro caminando  hacia la cebra, diluyendo sus raíces en los tambores que se escuchaban al final de la  calle, donde dos mujeres los tocaban, mientras otras dos bailaban  en la acera. Esa tarde, ella recordó que su cuerpo una vez bailò ante la noche y que a pesar de los trucos de su mente cuando jugaban con ella, la víspera de comprar su  corazón era la esperanza que tenía y a su vez temía. 



Pasar desapercibida la vida fue lo que deseo desde los 16, lamentándose entre las campiñas frente a las torres que daban las 10:00 am  y corría para no perderse la bendición del  sacerdote de su pueblo, arrodillada pedía perdón por sus fantasías perversas (eso le decía su madre)  cada vez que intentaba mirar a Miguel por la ventana.  Y a veces la perversión la acompañaba y besaba en su mente los recuerdos perdidos , mientras dibujaba corazones en sus piernas y así poco a poco cerraba sus ojos marrones ante la tristeza que le daba haberse quedado plantada en la carretera  mirando la vía al tren. -Siempre pensé que quedaria el rastrojo verde en la cama de atrás-