jueves, 21 de agosto de 2008

LIBRO PRIMERO DE LOS PECADOS


CAPITULO 2



Siento pasos de gigante que vienen a aplastarme como al mas pequeño de los insectos, la ausencia del dolor es tan presente, que los tulipanes naranjas han bendecido el invierno, entre las gotas de cristal de mi verso, es tan antiguo el sentido... Ya mi cuerpo adormecido, no siente ni las palabras del viento, y en mitad de la plaza del pueblo, mi cuerpo será mutilado ante la mirada ajena de los tentáculos de la multitud que aplaude mi vergüenza, en vano te ocultas tras la reja dorada, donde entre la prosa el punto de la historia corta la palabra, cazar no puedo, entre mordazas el exilio, castrar mi cuerpo de preguntas sin respuesta.

Una vez me culparon por ser la muerte celestina de la alborada y perfecta ante su danza… el infinito fue mi morada, y el castigo mi condena, sofocada con cadenas, veo ahora mi destino callar sin perder vida, esa que nunca tuve o que perdí en el intento. Embriones que intentan luchar por una callada expresión de mi cuerpo gritan sin explicación y sin doblegar la voluntad del pueblo el destino ha decidido… que el fin del Dogma será eterno, creí un día en mi imperfección como ritual del camino, satisfacía mí sed de Eros. Con una gota de alquitrán, entre la comunión de los cuerpos los colmillos me clavó no le importó mi agonía y sin piedad me despojo, hacia la profundidad del vinagre me llevó muriendo entre su cuerpo me desnudo, sin importar el beso; la traición llegó y en reo me convirtió.

Hoy las siete palabras me han dado, mi condena declarada, el calor del fuego y el hacha del pueblo cortaran mi aliento por seguir sus pasos y ser perfectos entre el agujero de vida que me regala esta hora, el minuto de mi muerte es la mas grande expresión de vida.