Eran las 4 de la tarde en pleno verano cerca de la
playa y mi hermana vestida con una bata
naranja sale a recibir la luz del día acompañada de un vaso de whiskey. Se
dibuja en su rostro una sonrisa cuando bajando las escaleras se encuentra a
Allan. Quien escribe en su viejo
computador las horas pasadas de su vida. Sobre su soledad y desorden que “dice”
dejo cuando conoció a Florencia (mi hermana). Aunque creo que fue ella quien
cambio, Ahora la veo con una copa en su mano casi todos los días. Paseando con
su melancolía. Disfrutando su derecho a estar triste.
Mientras él con su disfraz de buen chico se levanta de su silla y camina
hacia el balcón y yo zambullo recuerdos de las cervezas que se
quedaron en las costillas ancladas en mi abdomen, gritando los estragos del mal
paso que me deja verlo divulgar su propia existencia cargada de idealismos de espejos y caminos de 100.
Alientos de piña colada y sus
tacones de fiesta en medio de la
madrugada. Rota; en medio del bus que avienta los cuerpos a orillas de la
autopista, volcando las emociones y poco sentido. Palabras entrecortadas, mirada ausente.
Encontré A Florencia en
casa después de besar en la playa a Thomas olvidando que Allan miraba desde su
ventana tapado hasta los pies. Rechazando la mujer que era y amando quien es ahora. Con su beso en una copa y versos de 10.
Mi nombre tiene tatuado la pena del recuerdo, Soy Sofia en un tiempo y amarillo mi cuerpo después.